Decís que soy la número uno. Pero soy la tercera a quien llamás.
Y me necesitás, pero hace rato que no te importa si me ves.
Querés pasar tiempo conmigo, pero siempre hay ‘una semana que viene’.
Decís que es una lástima que las cosas no duren para siempre, pero no te interesa hacerlas durar.
Y estoy agotada de tus típicos ‘nos tenemos que ver’. Decime fecha, hora, lugar. Ahí estaré.
Hace rato dejé de correr atrás tuyo, rogándote cariño. Y decís que no me olvide de lo que hiciste por mí.
Hace mucho me demostraste amor. Pero eso no quiere decir que lo sigas haciendo.
Pensabas que yo era genial. Pero ahora me conocés mejor.
Entonces, dejá de decir que me amás. Basta de decir que soy la única, la mejor, y que es conmigo con quien querés estar.
Porque ahora sé que no vamos a vernos. Ahora sé que no vas a llamar, ni preguntar cómo estoy.
Si estás con alguien más, no es por obligación. Es por elección.
Te agradecería el engaño si fuera para evitarme dolor. Te agradecería si esa fuera la excusa para no admitir de una vez cómo son las cosas.
Pero no hay excusas. Hace rato que sabés que también lo sé yo.
Te importo tan poco que ni siquiera desperdiciás una tarde para aclararme que ya no ocupo el lugar que ocupaba.
No querés admitir ser el responsable. No querés ver cómo alguien llora por tu culpa. No querés más cargos de conciencias.
Y decís ‘lo siento’. Pero lo único que lamentás es tener una víctima más en tu larga lista.
No sentís la decepción que siento yo cada vez que me llamás cancelando planes. No sentís el nudo en la garganta que siento yo al no saber qué contestar cuando alguien me pregunto cómo estamos.
No digas ‘lo siento’. Porque hace rato me di cuenta que vos no sentís nada. Ni amor, ni cariño siquiera. Vos no sentís.
Nunca vas a recibir esta carta. No voy a hacerte las cosas fáciles.
Vas a tener el trabajo de venir hasta acá, golpear mi puerta y decirme que no sentís lo mismo que antes, supuestamente, sentías.
Si hubieras sentido lo que yo sentí, te juro, no te olvidarías.